Cuando una persona se enamora todo le parece dulce. Vive
soñando con la persona amada. Sueña despierto... ¡Qué si sus ojos son tan
lindos, qué no hay otro como ellos; qué si se ríe con tan hermosa y esplendida
sonrisa; qué si el tono del color de su piel es tan perfecto; qué si me mirara
ahora; qué seremos tan felices juntos; qué la amaré para siempre con todo mi
corazón!... Bueno, son muchos los pensamientos. La joven espera ansiosa, a la
llegada de la tarde, la llegada de su amado... Se imagina abrazándole y
compartiendo un beso dulzón al llegar a su casa... Se imagina lo bien que la
pasaran juntos... Él, enamorado, es capaz de caminar muchísimos kilómetros de
distancia con tal de ver a su amada, los cuales le parecen como nada. Ella es
la mujer más linda y hermosa del mundo entero. Solo tiene miradas y
pensamientos para ella.
Todos estos cambios se presentan, porque se dispara el
sistema límbico del hemisferio temporal del cerebro. Aumenta la Adrenalina. Las
pupilas se dilatan. El corazón comienza a palpitar con más fuerza y más
aceleradamente. Los músculos se ponen tensos. Las glándulas salivales se
estimulan y lo mismo ocurre con las papilas gustativas y el olfato. La
sensibilidad de la piel está al máximo. Todos nuestros sentidos dispuestos al
placer y el disfrute.
De pronto, todo se viene abajo ante una desilusión. Ya sea
por una infidelidad o porque más tarde descubrimos que no somos correspondidos
o que la persona amada nos mostraba una careta o porque no nos comprendemos o
ponemos de acuerdo.
Y es que en muchas ocasiones tenemos en nuestra mente una
imagen ideal, generalmente irreal, que no se corresponde con la realidad de la
vida. Porque exigismo condiciones imposibles de llenar. Porque en verdad
desconocemos que una cosa es la emocionalidad y otra un sentimiento cimentado
en aspectos concretos de la personalidad, el carácter y el temperamento de una
persona. Porque no comprendemos que ninguno es completo y que en algo podemos
fallar.
Para tener éxito en nuestras relaciones es menester
conocernos lo más posible. Saber cómo piensa cada uno, cuáles son sus anhelos y
sus metas, qué esperan el uno del otro, hasta donde quieren llegar, cuáles son
nuestros ideales, aceptarnos tal cual somos, dialogar y comunicar.
Un gran fallo es pretender cambiar al otro o amoldarlo a
nuestra manera de ser en lugar de aprender de él, de su persona, su modo de
pensar; y luchar por comprenderle, entenderle y aceptarle. Dios les bendiga.
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